Alternativa al castigo. Reparar el daño

Alternativa al castigo

La alternativa al castigo frente a comportamientos disruptivos, acciones perjudiciales hacia los demás o decisiones contrarias a las normas, es algo que preocupa a las instituciones educativas. Estas habitualmente recurren a medidas punitivas: expulsiones temporales del aula, llamadas a los padres, detenciones, suspensiones e incluso expulsiones permanentes cuando las acciones son extremadamente severas.

Esta ha sido la respuesta predeterminada en la educación occidental tradicional, y aunque estas medidas pueden tener algún efecto disuasorio y mantener un cierto nivel de orden, su eficacia real es limitada. Alejan al niño del problema, pero no afrontan ni corrigen el origen del comportamiento inadecuado. Además, raramente ayudan a subsanar el daño que este pueda haber causado.

Las medidas de exclusión como las expulsiones de un colegio tienen consecuencias perjudiciales. En este sentido, los niños pierden horas de clase y quedan rezagados respecto a sus compañeros. Con ello aumentan las posibilidades de fracaso académico. Frecuentemente conduce a una mayor tasa de abandono escolar.

Frente a estas prácticas ineficaces que se han usado por décadas, un creciente número de escuelas están optando por la justicia restaurativa, una estrategia que tiene sus raíces en el sistema judicial penal.

En esta ocasión, quiero centrarme en una estrategia restaurativa en particular, conocida como reparación del daño. En este enfoque, un alumno que ha actuado incorrectamente tiene la tarea de identificar cómo puede enmendar el daño causado por su comportamiento y luego llevar a cabo dicha reparación en conjunto con las personas afectadas por su comportamiento.

¿Cómo funciona la técnica de reparación del daño como alternativa al castigo?

Desde Pedagogia Millennial consideramos que deben producirse una serie de pasos para identificar el daño causado por un acto del alumno. En este sentido los pasos son:

Identificar el daño causado y a quién

Tras un incidente o mal comportamiento, el niño y un adulto, normalmente el profesor o un familiar hablan. En este encuentro se esfuerzan conjuntamente para determinar la naturaleza y el alcance del daño causado por el comportamiento del niño, y establecer quiénes han sido los afectados.

Es común que el alumno (si es en el colegio) se percate, durante el curso de la conversación, que su conducta ha tenido más repercusiones de las que pensaba. Podría sorprenderse al descubrir que su acción ha causado daño no solo a la víctima directa, sino también a compañeros, docentes, e incluso a familiares que no estaban presentes en el momento del incidente.

Este proceso de reconocimiento contribuye a una mayor conciencia del efecto dominó de sus acciones. El niño comienza a entender que su comportamiento, similar a una piedra lanzada a un estanque, genera ondas que afectan a un amplio círculo de personas. Al visualizar el alcance real de sus acciones, el estudiante se vuelve más consciente de las implicaciones de su comportamiento.

Este enfoque de reparación del daño, como alternativa al castigo, brinda al niño la oportunidad de asumir responsabilidad por sus acciones y trabajar para subsanar el daño causado. Al tener en cuenta a cada individuo afectado durante este proceso, el estudiante desarrolla una capacidad de empatía más profunda, fomentando un comportamiento más considerado en el futuro.

¿Cómo afectó a otras personas?

Una vez identificadas las partes afectadas, el niño es incentivado a reflexionar con detenimiento acerca de cómo su conducta influyó en cada una de ellas. Esta práctica de empatía constituye la base para determinar cómo remediar el daño causado de manera efectiva y que no se vuelva a producir.

Esta reflexión puede ser facilitada mediante una conversación guiada. Podría empezarse planteando al pequeño una pregunta del tipo: «Si lanzas algo en el aula y, supongamos, golpeas a un compañero, ¿cómo imaginas que se sentiría su madre si le llamo y le digo que su hijo ha sido herido en clase?» Este tipo de interrogantes estimulan la empatía y permiten al niño comprender que las personas afectadas pueden extenderse más allá del aula, llegando incluso a los familiares del compañero herido. Les dejamos otras posibles preguntas.

Reflexiona acerca de un momento en que tu comportamiento pudo haber hecho sentir a un compañero inseguro o intimidado. ¿Cómo crees que esa sensación podría haber afectado su habilidad para aprender y participar en la clase?

Si un compañero observa tu comportamiento disruptivo, ¿cómo consideras que eso podría influir en su imagen de ti? ¿Cómo podría afectar su decisión de interactuar contigo en el futuro. Imagina que tu comportamiento ocasiona que el profesor tenga que dedicar tiempo extra para resolver el incidente. ¿Cómo crees que eso afecta el tiempo que el profesor podría haber empleado en preparar lecciones o ayudar a otros niños?

Si tus acciones generan un efecto de imitación y otros niños comienzan a comportarse de manera similar, ¿cómo crees que eso podría cambiar la clase?

Esta comprensión más profunda del impacto de sus acciones ayuda al niño a formar una imagen más completa de las consecuencias de su comportamiento.

Diseñar un plan para reparar el daño y ponerlo en practica como alternativa al castigo

Finalmente, la responsabilidad de crear un plan de reparación es del niño, no del profesor o familiar. El plan no necesita ser demasiado complejo; algo tan sencillo como una disculpa puede ser suficiente.

Por ejemplo, si un niño ha interrumpido la clase al alzar la voz, estña claro que ha afectado al resto de sus compañeros. En este caso, la reparación puede consistir en que el estudiante se dirija al frente de la clase y ofrezca una disculpa. Este acto de asumir responsabilidad por su comportamiento muestra a sus compañeros que tal conducta no es aceptable.

Es posible que a algunos les parezca que esta es una solución fácil, pero es importante recordar el valor que se necesita para admitir errores ante sus pares. En muchos casos, esto puede ser incluso más desafiante que estar sentado en casa durante tres días.

No obstante, hay situaciones donde una simple disculpa no es suficiente. Imagina un niño que lanza comida en la cafetería, provocando un desorden. Si solo ofrece una disculpa, es necesario recordarle que su acción causó un problema que alguien tuvo que limpiar, y esto le quitó tiempo a esa persona. En casos así, la reparación puede requerir acciones más concretas, como limpiar las mesas y el piso, o incluso ayudar al personal de limpieza.

La solución de imponer una detención o aislar al estudiante por el resto del día no enseña una lección valiosa. En cambio, entender a quién lastimaron, por qué su acción fue perjudicial y cómo pueden reparar ese daño proporciona un aprendizaje mucho más profundo y valioso. Esto es lo que se busca con la alternativa al castigo.

¿Buscar una alternativa al castillo lleva más tiempo?

Es cierto, desde una perspectiva temporal, imponer un castigo puede parecer más rápido que dedicar tiempo para trabajar con un niño. Considerar el impacto de su comportamiento en todas las partes involucradas y desarrollar un plan de reparación. Sin embargo, dado que el castigo tradicional rara vez pone fin al comportamiento problemático, es probable que se requiera más tiempo a la larga para abordar estas conductas.

Considera, por ejemplo, un informe reciente que mencionaba que la gestión del comportamiento en el aula consume aproximadamente 144 minutos a la semana del tiempo de enseñanza. Ahora, imagina si ese tiempo se invirtiera en enfoques proactivos para satisfacer las necesidades de los niños. Ganaríamos mucho.

Podemos optar por invertir tiempo en atender las necesidades emocionales de los niños, llenándolos de amor y comprensión, o pasaremos ese tiempo manejando comportamientos que son el resultado de sus necesidades insatisfechas. De cualquier manera, ese tiempo será invertido.

La elección se reduce a si preferimos pasar ese tiempo castigando comportamientos o educando con amor y comprensión. Por lo tanto, esta alternativa al castigo ofrece una inversión más valiosa de ese tiempo, al tratar las causas subyacentes del comportamiento y ayudar a los niños a aprender de sus errores.

¿Qué pasa si el niño no reconoce el daño?

Ocasionalmente, puede surgir una situación donde un niño niegue rotundamente haber cometido un mal comportamiento. Incluso cuando un maestro o familiar haya sido testigo directo del incidente. En estas circunstancias, se puede ofrecer al niño opciones.

Podría plantearse así: «Entiendo que niegas haber hecho esto. Sin embargo, creo que fuiste tú. Si estoy equivocado, lo aceptaré. Pero, por ahora, tratemos de resolver este problema juntos y sigamos adelante. Es un asunto que sólo tú y yo conocemos. Si más adelante descubro que realmente fuiste tú, habrá una complicación adicional. Podríamos tener que abordar no solo el incidente en cuestión, sino también la mentira. ¿No sería mejor lidiar con todo esto de una vez?»

Es importante, tras presentar estas opciones, dar al niño tiempo para reflexionar sobre su decisión. Los alumnos pueden necesitar un momento para procesar lo que se les ha dicho. Se puede decir algo como: «Entiendo que este es un momento difícil. Te daré unos minutos para pensar».

Esta táctica suele dar buenos resultados, ya que los niños, una vez que se les da tiempo para calmarse y reflexionar, tienden a mostrar una mayor cooperación. Este enfoque evidencia una de las muchas alternativas al castigo que pueden resultar más efectivas para abordar el comportamiento problemático.